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Bienvenido al blog de El Conde. En este espacio encontrará el reflejo de obscuras obsesiones, fuente y matriz que impulsan estas historias.
Historias de amores, de agonías, de ese absurdo que surge de la fusión entre realidad y las ideas.

domingo, 28 de marzo de 2010

Eso

Olvidemos los sonidos por un momento, seamos sordos.
Esto está desde un principio en los arabescos de los falsos bronces, de la falsa plata, del simulacro de cedro y el ausente brillo de la seda.
Está en los pliegues de los rostros, de las cejas, los ojos, esa maldita marca que empieza en la nariz recorta los labios y termina a cada lado de un mentón irregular de tenso. Todos esos rasgos hacia abajo, como una flecha indicadora de un destino.
Los ojos, inflamados, húmedos, mojados, empapados, inundados, fuera de foco, ojos que ven en blanco, negro y tonos de grises. Ojos que buscan, rebuscan, revuelven y no encuentran, no encontrarán, no encontraron. Ojos que son un no hacia dentro, un noema, una apología noetica.
Los pelos en caos, por partes húmedos sin explicación, sobre los hombros caídos, cansados y tensos de culpa sin la disculpa de un perdón perdido como la verdad que nadie se atreve a decir.
Los inútiles brazos, más inútiles que nunca, maldito y vil apéndice al pedo que rematan en unas manos que se abren y de golpe se cierran como garras, se crispan, se autoflagelan de deseo.
 Los gritos. Los sordos mudos gritos. Las palabras no existen todo es silencio en medio de tanto que se dice, es el altar de sacrificio de la palabra inconsistente, su negación absoluta y al mismo tiempo donde alcanza su máximo esplendor. No hay momento de mayor silencio con tanta bulla. Todo lo que se diga es silencio. A veces sólo se pueden oír los pasos que van y vienen, pasos lentos, con miedo a ser oídos, pero no para no molestar, sino para que eso no los alcance, eso que se derrama por las cortinas, se chorrea por el cuerpo que siente asco, terror, impotencia de no poderse sacudir eso que va dejando su huella para recorrerla después con más profundidad. Cae por los sillones, corre por el piso, por los cristales, que sale a la calle y se dispersa, se lo llevan los vehículos al pasar, las personas, las que miran y las que con temor simulan discreción y apuran el paso con temor y a pesar de ello, eso las roza erizando la espalda, tensando el cuero cabelludo y dan ganas de correr, pero se disimula y el paso se hace inseguro y frío. Eso se disipa en la calle, en la búsqueda de todos, en eso otro que llaman vida.

El Conde

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