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Bienvenido al blog de El Conde. En este espacio encontrará el reflejo de obscuras obsesiones, fuente y matriz que impulsan estas historias.
Historias de amores, de agonías, de ese absurdo que surge de la fusión entre realidad y las ideas.

domingo, 28 de marzo de 2010

Siempre tuyo, Franco.



Según las noticias, sucedió como tantas veces, cuando encontraron el cuerpo de Franco, tendido en su cama, en medio de miles de cosas amontonadas por todo el departamento.
El forense sentenció que la muerte habría sobrevenido aproximadamente cuarenta y ocho horas antes de ser encontrado por los vecinos, alarmados por la repentina ausencia de Franco en el ascensor y el olor que venía desde su morada.
Era un hombre de más o menos setenta años, de estatura baja y prominente abdomen, la cara siempre sonrojada, ojos miel y sonrisa abierta, Los antiguos vecinos lo llamaban: Don Franco; los más jóvenes del edificio sólo Franc. Nadie sabía a ciencia cierta a qué se dedicaba, unos sostenían que era bancario, otros que trabajaba de cajero en una mercería y otros que estaba pensionado y que no trabajaba. Lo cierto es que todas las mañanas en horario comercial, Franco bajaba su existencia por el ascensor, hombre de pocas palabras, no pasaba más allá del saludo.
¿Por qué llamarle a esto ascensor y no descensor? Debe ser como el destornillador y no atornillador. ¿Por qué tomar sólo una parte de las cosas? ¿Por qué nombrar las cosas sólo por una de sus funciones? ¿Por qué todo debe tener necesariamente una función específica? ¿Por qué todo debe funcionar?
A ver, hoy es día de San Valentín. Las calles están llenas de rosas, de olor a bombones, las tiendas exhiben desde sus vidrieras las más mínimas ropas, sin tener en cuenta el pudor de los pobres vapuleados maniquíes que se dejan explotar por un momento de fama bajo luz cenital. En las librerías se venden  por igual recetas de cocina afrodisíaca como Afroditas en la cocina.
Se compra, se vende, todos quieren tener  un amor, aunque sea por hoy, a quien regalarle algo.
Serán rosas para Jimena; perfume para Inés; un corsette para Lilí y un cenicero nuevo para Verónica, ella que fuma tanto. Me encanta esto del esmero de algunos comerciantes de decorar con pelotudeces como moños, cintas o el colmo de la imaginación, sólo un papel de seda saliéndose por la boca de las bolsas de cartulina.
Me gusta esto de los regalos, esta cuestión de los “días de…”. Pensar en las caras de los regalados cuando yo como regalante entregue el regalo, la sonrisa del sonreído y yo sonriente, sorprendido y sorprendente en ese ritual.
Escuché decir alguna vez que todo esto de “los días de….” es un invento del comercio para elevar las ventas. Es una vulgar mentira, a mi me gusta y lo hago como a mí me gusta: con total desinterés, sólo por imaginar las caras de los otros, ellos como ellos y yo como yo.
Mañana es día de los primos segundos, será otro día de elegir regalos. Me gusta tanto esto que inventaré días. Serán días de los que miran por el balcón, día de los que se limpian los pies antes de entrar y de lo que no, día de los que se peinan de derecha a izquierda y el de los que lo hacen al revés, del que saluda sin conocer a nadie, del que saca el brazo cuando maneja, del que vende flores, del que regala.
Mañana será otro “día de…”
Según el informe de la policía, era necesario, consideró el juez, la autopsia.
Consta también en el informe la descripción del escenario del hecho, en el que cuenta con lujo de detalles cada una de las cosas que estaban el departamento del occiso: cincuenta frascos de perfumes, cincuenta lapiceras, cincuenta juegos de pañuelos, cincuenta prendas de vestir intimas femeninas de varios diseños y medidas, cincuentas charolas de varios materiales, cincuenta hebillas para cintos, cincuenta ceniceros, cincuenta ramos de alguna flor seca, etc., etc., etc. Todos estos vastos objetos envueltos, algunos con mucho esmero, para regalo y con sus respectivas tarjetas en las que se podía leer, entre tantas: A Jimena con cariño; A Lilí de tu amor; A mamá con todo mi amor; A mi querido primo; Mi estimado señor que mira por el balcón; Para mi querida señora de los ruleros azules; A Verónica con todo el amor del mundo. Siempre tuyo, Franco.

El Conde

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